lunes, 29 de noviembre de 2010

Los seis pensamientos antes de escribir el libro.

En realidad siempre había querido escribir un libro. Pero cada vez que lo pensaba se me hacía imposible detener ese divague mental que me hacía pensar los pro y los contras de hacerlo. Típico de los humanos (como si no lo fuera). Tenía una lista con las seis razones mas estresantes a la hora de pensar en escribir ese libro, y eran seis por no volverme loca y terminar internada en algún psiquiátrico montevideano.
A continuación, la lista:
1) Siempre pensaba sobre qué escribir. Me fijaba en esos libros que tenía en la estantería de
hierro del cuarto, (que siempre la llame así porque si no, no había forma de comprenderla), y todos eran sobre algo. Habían libros de Medicina, de Cocina, otros con unas historias delirantes de quien se toma un té de floripón y hace del papel sus viajes, y me imaginaba el mío con 80 páginas en blanco. Por supuesto, esas páginas en blanco representaban 80 años de mi vida en una total nada, sin nada importante que decir, siendo buena en nada, con nada alrededor, juntándome con gente que no hace y nunca hizo nada.
2) La incoherencia ocupaba el segundo puesto en mi histeria libro personal, pero no por eso era
menos importante, creo que era la más preocupante de todas. ¡Tenía un miedo de empezar a escribir y delirarme en cualquier cosa que no tuviera sentido! Desde un principio me carcomía la inquietud de que comenzara a escribir el libro y los lectores terminaran concluyendo que en realidad lo que tendría que haber hecho es conseguirme un buen terapeuta y derramar mi ocio en tratarlo como papel… O empezar hablando de algo y luego terminar en otro algo que nada que ver, y tener que presentar un argumento totalmente estúpido para re-enganchar lo que había empezado a decir.
3) No tener la menor idea de nada. Yo iba a escribir por escribir, por tener demasiado tiempo al
santo botón (dijera alguna vieja), y al re pedo (dijera yo). A tres cuadras y media (ponele 5 porque siempre calculo mal ese tipo de cosas) había una imprenta, pero nunca le di demasiada pelota porque el cartel estaba pintado a mano, las letras no eran derechas y parecía que la madera había sido sacada del galpón de casa que está todo derruido porque una de las perras es cachorra y además porque la lluvia hace que las maderas se pongan blandas y húmedas. Qué hijo de puta el ser humano (como si no lo fuera), sino ve las cosas derechas, hermosas, y ordenadas, enseguida se despierta el inconsciente facho y todo pierde valor, y seriedad.
4) La inconstancia. Esa palabra que me era tan in-mencionable y que la acabo de mencionar.
Siempre tuve problemas de inconstancia y según Irene (una compañera de la vida), siempre los iba a tener porque era de Acuario. Tenía miedo de empezarlo y a unas cuantas hojas escritas quedarme totalmente en blanco y no poderlo terminar. Entonces este punto número cuatro en mi lista vendría a pasar a otro número en mi lista de cosas que empiezo y no logro terminar, así que no en vano está este punto acá.
5) No tengo un título para este punto. Se me hizo imposible empezarlo pero lo voy a explicar
igual. Siempre me imaginé emocionándome con el libro ya terminado y queriéndolo hacer tocar los grandes premios Nobel o siendo mencionados en esas revistas de intelectuales que informan todo el tiempo sobre los últimos hits culturales que se acaban de lanzar. Pero eso no era lo malo, lo malo era el momento bizarro por el que podría pasar. Una escritora frustrada a los quince, o dieciséis años no quería ser. Como esas señoras súper viejas que tienen tiendas de moda que promocionan prendas que llevaban puestas ellas mismas en sus vestidos de graduación, que no venden nada, y no lo quieren reconocer.
6) Había hecho la escuela y una parte del bachillerato que aun estoy cursando, pero no escribía
como esos viejos que en Psicología iba a tener que estudiar (como Froyd), ni era una bohemia súper cool que como no tenía nada que hacer se pasaba leyendo cosas extra under con un vocabulario únicamente comprensible para cierta elite de borrachos intelectualones.


Sin embargo pese a las seis pesadas razones que me atornillaban la cabeza al momento de pensar en ese libro, seguía con ganas de hacerlo, imposible no volcar en el libro todos estos años de gozadero continuo con miles de personas que habían estado y que están. Y con todas esas cosas que hicimos y hacemos, nuestros sueños, utopías y energías en ser el fruto que posee el árbol del mundo y que pone en nosotros el jugo del futuro. Explayar todos esos recuerdos que llevan las suelas de zapatos que desgastaron sus suelas por las calles de Maldonado, y Montevideo.
Y no es el hecho de quedar en la memoria de todos, sino de probar que de alguna manera allá en un puñado de tierra llamado Uruguay, y otro más chico aun que es Maldonado, pasaron cosas. No era San Francisco, pero había un grupo LGTB, no era Inglaterra ni un gran estado revolucionario pero existía un grupo de gente que se manifestaba como podía para tratar de cambiar algo, y sobre todo teníamos la fuerza de una generación que estaba dispuesta a todo. Un giro de 360 grados con aires de cambio en las venas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Crónica de las Mambas negras y serpientes de coral.

De entre las ausencias de mi vida virtual, recorrí bastantes calles por la real, desahogando poco en la primera.
Y es que no me gustaría pensar que mi vida virtual y la segunda no van de la mano, es que ya se sabe, por estos medios, una los dedos y la mente tiene que coordinar, más aún que en la real, por supuesto.
Hablando de vida, pienso que una tiene que tomar las herramientas necesarias para manejarse y nadar en ese mar de ballenas y tiburones, de entre delfines y pingüinos, pescados y hasta algunos bagres ¿no? (O véase también: serpentario de cobras y culebras, de venenosas e indefensas). Pero ese no es el punto. El punto es que cuando una ya camina por la vida aferrada a un radar anti culebras y malos peces de mar se desacostumbra a la mala hierba, queda perpleja ante tanto énfasis en veneno barato y negatividad.
Créame, que esa etapa en la que una entra en la adolescencia, y comienza a desarrollar vínculos con otras de su misma edad, o empieza a decidir romperlos o a diferir con las otras, no es consecuente de la pubertad, que yo sepa menstruar y depilarme nunca generó un rencor tan grande como para atentar con mis compañeras en la secundaria o en cualquier otra actividad. Así que ingenuos los que piensen así. Insisto, créame que en realidad, una como mujer se lleva un frasquito de habilidad para la lengua en la cartera, nunca ha de faltar. Pero a decir verdad, el querer o no llevarlo, es decisión nuestra, nuestro deber. Como también lo es saber en qué aplicarlo, siempre ha de serlo, es como… como si fuéramos actores, a una le dan su libreto, el material, y una ve como lo usa para luego, su personaje crear. Sólo que una puede dejar la clase de Teatro a cuatro clases de terminar el año, decir lo que siempre quiso, y renunciar. Sin embargo en la vida o la seguís remando, o te suicidas (que sería como renunciar).
Yo siempre decidí no llevar el frasquito, me parecía muy poco agradable tener que cargar con esa dosis de hierba venenosa y utilizarlo indiscriminadamente en toda situación ante que la que yo me vea insegura para enfrentar. Y como el cuerpo se acostumbra a todo, verá, tal como se acostumbra a esas vacunas en donde nos inyectan bacterias y se desarrollan anti cuerpos para combatirlas, así de idéntico se da el proceso cuando el frasquito no está. Las otras culebras le inyectan a una el veneno y una crea el suyo propio para saberlas repelar.
Veneno sano, o bien usado, como prefiera usted llamarle, a mi me da igual. Digo, no sé si se me entiende, siempre fue muy peculiar mi ejemplaridad para tratar de explicarme, pero, imagínese usted entrar en un salón con todos esos frasquitos queriendo romper el envase y explotar, ¿no querría abandonar a cuatro clases y mandarse a fugar? Una nunca se espera tener que renunciar, en el peor de los casos cabe esto en nuestras opciones. Pero menos la del frasquito. Antes de usarlo me lo prepararía en una botella de un litro junto con un Tang de manzana y me lo tomaría a plena mañana, al desayunar, pero si todas harían lo mismo no estaría tan lleno de culebras, ¿verdad?
No cabe la menor duda de que el radar me funciona a pleno y siempre las he de detectar, y si no, siempre hay algo que no cierra, algo que huele mal. ¡Gato encerrado! Como decía la vecina de al lado, así también se le podría llamar. De todas maneras, y no lo digo yo, el gato encerrado a menos que sea Houdini siempre encerrado se va a quedar, ¿verdad?. Es decir, no quiero amenazar con ningún karma, eso no es asunto mío, pero las cosas que hacemos y decimos no pueden estar siempre tendidas en el aire y cuando viene racha de viento fuerte desaparecer hacia otro lado así como así, nada más.
A controlar el frasquito, a controlar.