jueves, 18 de noviembre de 2010

Crónica de las Mambas negras y serpientes de coral.

De entre las ausencias de mi vida virtual, recorrí bastantes calles por la real, desahogando poco en la primera.
Y es que no me gustaría pensar que mi vida virtual y la segunda no van de la mano, es que ya se sabe, por estos medios, una los dedos y la mente tiene que coordinar, más aún que en la real, por supuesto.
Hablando de vida, pienso que una tiene que tomar las herramientas necesarias para manejarse y nadar en ese mar de ballenas y tiburones, de entre delfines y pingüinos, pescados y hasta algunos bagres ¿no? (O véase también: serpentario de cobras y culebras, de venenosas e indefensas). Pero ese no es el punto. El punto es que cuando una ya camina por la vida aferrada a un radar anti culebras y malos peces de mar se desacostumbra a la mala hierba, queda perpleja ante tanto énfasis en veneno barato y negatividad.
Créame, que esa etapa en la que una entra en la adolescencia, y comienza a desarrollar vínculos con otras de su misma edad, o empieza a decidir romperlos o a diferir con las otras, no es consecuente de la pubertad, que yo sepa menstruar y depilarme nunca generó un rencor tan grande como para atentar con mis compañeras en la secundaria o en cualquier otra actividad. Así que ingenuos los que piensen así. Insisto, créame que en realidad, una como mujer se lleva un frasquito de habilidad para la lengua en la cartera, nunca ha de faltar. Pero a decir verdad, el querer o no llevarlo, es decisión nuestra, nuestro deber. Como también lo es saber en qué aplicarlo, siempre ha de serlo, es como… como si fuéramos actores, a una le dan su libreto, el material, y una ve como lo usa para luego, su personaje crear. Sólo que una puede dejar la clase de Teatro a cuatro clases de terminar el año, decir lo que siempre quiso, y renunciar. Sin embargo en la vida o la seguís remando, o te suicidas (que sería como renunciar).
Yo siempre decidí no llevar el frasquito, me parecía muy poco agradable tener que cargar con esa dosis de hierba venenosa y utilizarlo indiscriminadamente en toda situación ante que la que yo me vea insegura para enfrentar. Y como el cuerpo se acostumbra a todo, verá, tal como se acostumbra a esas vacunas en donde nos inyectan bacterias y se desarrollan anti cuerpos para combatirlas, así de idéntico se da el proceso cuando el frasquito no está. Las otras culebras le inyectan a una el veneno y una crea el suyo propio para saberlas repelar.
Veneno sano, o bien usado, como prefiera usted llamarle, a mi me da igual. Digo, no sé si se me entiende, siempre fue muy peculiar mi ejemplaridad para tratar de explicarme, pero, imagínese usted entrar en un salón con todos esos frasquitos queriendo romper el envase y explotar, ¿no querría abandonar a cuatro clases y mandarse a fugar? Una nunca se espera tener que renunciar, en el peor de los casos cabe esto en nuestras opciones. Pero menos la del frasquito. Antes de usarlo me lo prepararía en una botella de un litro junto con un Tang de manzana y me lo tomaría a plena mañana, al desayunar, pero si todas harían lo mismo no estaría tan lleno de culebras, ¿verdad?
No cabe la menor duda de que el radar me funciona a pleno y siempre las he de detectar, y si no, siempre hay algo que no cierra, algo que huele mal. ¡Gato encerrado! Como decía la vecina de al lado, así también se le podría llamar. De todas maneras, y no lo digo yo, el gato encerrado a menos que sea Houdini siempre encerrado se va a quedar, ¿verdad?. Es decir, no quiero amenazar con ningún karma, eso no es asunto mío, pero las cosas que hacemos y decimos no pueden estar siempre tendidas en el aire y cuando viene racha de viento fuerte desaparecer hacia otro lado así como así, nada más.
A controlar el frasquito, a controlar.

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