viernes, 12 de agosto de 2011

El chico del violonchelo.


De veras hubiera querido haberme podido reflejar en él. No hablando con metáforas, claro. Literalmente, reflejarme en él y ver mi cara con esa sonrisa que le tiré...

El chico del violonchelo me había dicho para salir a hacer nada una noche cualquiera y yo le dije que sí. Era la primera vez que salíamos y me dijo que en 15 minutos me pasaba a buscar. Y yo me cambié y ya estaba pronta, pero igual lo hice esperar. Creo que más de cinco minutos al frente de mi casa con su moto afuera. No era tanto, ni yo ni él habíamos planeado nada. Solo salimos a caminar, hablando de cosas y no hablando mucho. Y así cuadras hasta que nos salvó el tablado: murga, samba y un par de bizarreadas más que entre ron con fanta se disolvieron. Me acuerdo que en el escenario había una murga, haciendo una parodia sobre el mundial y el se reía. Y yo me reía de la risa de él, pero nunca se lo dije. A la salida del show se prendió un porro y de ojos chiquitos caminamos junto a un par de conocidos que se encontró. Y cuando nos dejaron nos salvó la plaza, en donde nos quedamos y me contó un par de historias. Y yo le conté un par de boludeces sin sentido. Se hicieron las cuatro en la madrugada y le dije que me tenía que ir. Y volvimos al desafío de esas 20 cuadras sin saber que hablar. Y nos salvó que caminamos rápido. Cuando llegó, agarró la moto y se tenía que ir. Me miró. Y ahí le miraba yo, con mis ojos chiquitos hacia arriba. Le tiraba una de esas sonrisas en las que se te nota cuando te mueven el piso y se mezcla vergüenza con cosquillas.

Y de veras me hubiese gustado haber podido reflejarme en él para ver la sonrisa, los ojos chiquitos, la vergüenza y las cosquillas.

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