...No, niña. Estás estúpida. Ni en los bares más antiguos con los clientes más cercanos que frecuentan la vieja barra, te darás el lujo de dejarlos entrar en tu vida. Vas a pedir lo mismo de siempre, a caminar al viejo taburete con el tapizado un poco roto, y al sentarte descubrirás que todos saben que ayer le quedaste debiendo unas copas al viejo de la barra.
Y cuando te
acerques al mostrador, antes de hablar, más que nada, va a merodear la cuenta
del día anterior, en el iris del viejo,
en tu billetera con los últimos ahorros, y en el vaso de aquél que está
sentado, apoyando su codo y todo su antebrazo en la barra.
Porque lo
recuerdan, aunque no recuerden las noches en que todos decíamos “¡una ronda,
invito yo!” y así, sucesivamente. Es
algo más fuerte que esas noches, estamos tensos.
Sé que no
deberíamos, pero te lo diremos: estás en deuda. Así que por cuestión de
respeto, soltarás los últimos billetes y sin más, te vas. Yo sé que sé de las
andanzas de algunos de estos que hoy me ven y aseguran su vaso, sin invitar a
otra ronda. Pero sé también que sin rendirle cuentas a nadie, he llegado hasta aquí.
Bien podría recordarle a estos tipos retorcidos y de mala muerte las hazañas
que gustaron cometer bajo el filo silencioso de mi lengua y la mirada evasiva
de mis ojos. Como cuando frecuentaban los jóvenes senos de otras muchachas
mientras sus mujeres les dejaban tiempo libre, y esas cosas.
Pero es
cuestión de costumbre, nunca fui el tipo detrás del mostrador. Y nunca lo seré.
Porque no sabría decirte cómo ha llegado el viejo hasta el bar otra vez, con
los ojos tristes y los zapatos rotos. Y aunque uno no tuviese ese aspecto,
jamás le recordaría con miradas hirientes lo que ha quedado debiendo el día
anterior. Quizás por eso no podría jamás ponerme en el lugar del viejo de la
barra. Aunque mis respetos hacia él, por supuesto.
Pero afuera
las cabezas están rodando, chica. Ayer comiste aquí, pues limpia tu plato.
¿Anoche yo traje las bebidas? Pues dame lo que estoy buscando. Voy a saciar mis
deseos, pues, te he ofrecido mis amables servicios hospitalarios en esta cena.
Anoche,
nomás, he visto cómo se han follado la mente de una española que ha venido a
estos lados a pasar el rato. Arrastrando su morral, se ha acercado a unos tipos
de mala muerte en un barrio alejado al centro de la ciudad. Les ha preguntado
por restaurantes baratos, y uno de ellos le ha contestado señalando hacia la
puerta de su casa.
-Disculpaos,
tíos, es que hace poco rato he llegado hacia estos lados y pos’ que estoy
perdida, tío. La he cagado, he perdido el pasaporte y para ligar algo de comer
pues: 20 duros.
-¿Ah, sí?.
No te preocupés, mija. Aca’lao tenemos como un negocio de comidas, medio
familiar.
La española
se acercó agradeciendo, y registrando las terminaciones de las puertas y las
mascotas que acechaban el olor de su ropa tras las rejas. Pasada la noche, ya
no quedaba ni un puto duro.
-Esto
hacemos aquí: vamos al bar, nos gastamos el jornal bebiendo y alguna que otra
vez fumando, y nos reímos un rato. Pero llegado el momento de invitarte una
ronda no podemos hacerlo. Es que está muy claro: las cuentas claras conservan
amistades.
-Pues, ¡joder,
pringaos! Entonces el Estado y vosotros sois bien compinches. Entre la cuenta
del bar, la cuenta del rancho, los críos y alguna que otra gilipollez os lo
gastáis todos. Y encima pagáis al día. De puta madre.
Eso sí, eh.
Aquí el muerto se ha asustado del degollado. Unos tíos de mala muerte, jugando
a regalarte amistad de madera y cuando se te ha vaciado la billetera pues, no
sirves.
No hay
nadie. Nadie aquí que esté dispuesto a vivir al costado de la acera contigo.
Nadie querrá subirse a un tren y partir hacia cualquier lugar sin dinero, sin
bebida o sin alimento. Invítalos a pasar unas buenas vacaciones todo pago en un
hotel que se te cae el culo, con 5 estrellas. Y aunque lleven sus mejores ropas
y no den la talla, hazlos pasar bien. Que se sientan como en casa.
Y cuando
llegue el invierno, y te cagues de hambre en una puta pensión porque el país
está en crisis y tus viejos bajo tierra, jamás se hablará de compartir la bolsa
de alimento.
Hazles saber
con una mirada su hasta luego. Que es hasta nunca. Y ya verás que no hay filtro
en este encuentro. Que tomaban juntos, porque era un bar. Y reían juntos, porque
estaban colocados. Y escuchaban música porque tenían un estéreo.
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