sábado, 26 de marzo de 2011

Cosas de hospitales y yo.




Ese mismo día en que pasó todo ya molestaba. El dolor corría desde mi muslo izquierdo hasta mi rodilla. Toda dolorida, quejosa, maricona, lloriqueaba. Caminar casi que no podía y daba pasos de tortuga, muy despacio, con paciencia y calma, para que no gritara. Allá a los minutos llegaba al destino, a veces sola y a veces colgada del cuello de mi madre, que me acompañaba y se dejaba apretar tan fuerte como yo lo necesitase; ni bufaba.
Cuando llegaba al baño pasaba unos minutos entre poder bajarme la ropa interior, orinar plácidamente y luego subirme la ropa interior de vuelta. Y allá el largo minuto hasta llegar al cuarto. Y acá vamos de vuelta, me enfrento a la cama. Primero arrodillada y luego me plasmaba en el colchón. Me dejaba caer, tal como si no doliese, tal como si no golpeara mi cabeza frontalmente contra la almohada. Tal como si respirara. Y ahí me quejaba, pasaba minutos llorando y haciendo un mmmmmm agudo con la boca. Tan molesta, tan vulnerable, totalmente inválida.
Y me ponía en posición foca y así tomaba el jugo, u comía algo. Cuando me dejaba caer me arrastraba, así quedaba bien calzada mi cabeza en la almohada. Y de nuevo el mmmmm agudo con la boca, súper molesta, tan vulnerable, totalmente inválida.
Esa noche no dormí. Me molestaba yo misma y toda afiebrada no podía, no podía dormir. De vuelta en pie a la 13:00 emprendí viaje hacia el hospital, el maldito hospital. Portaba mi mejor cara de culo y mi más cómodo almohadón. Allá llegué, y pasaban las horas, y yo no sentía mi nombre. Hasta que lo escuché. Deslizándome en la silla de ruedas, tirando de ellas, me dirigí hacia la puerta y a la misma vez una señora de como unos 90 se acercó también:

Y allá estaban, el guardia de seguridad, la señora, mi silla de ruedas y yo.

-Disculpe, yo soy María Olivera también -dije al guardia-
-Nah, es la señora -contestó la voz más grave y masculina del lugar, mientras masticaba un chicle-
-Pero si tengo un nombre tan original puede que hayan 9 personas con el mismo! -comenté a mi madre cuando volví.
Toda dolorida, a ver pasar el tiempo con esa mala energía. A sentir ese olor a perfumol de hospital y ver pasar las caras cansadas de esperar, doloridas, angustiadas. Y escuchar las conversaciones de mamá con las señoras que contaban sus enfermedades, sus dolores y el mal funcionamiento del lugar.

Así pasé unas cuantas horas, hasta que vi acercándose a la misma señora de 90 años con la que me había cruzado hoy, que me venía a hablar:

-Disculpe, María Olivera? Le pregunto porque lo que le voy a decir les va ayudar.
-Si, si, soy yo.
-Ah, mire, yo también me llamo María Olivera, y hoy cuando me atendieron a mi, era a usted que la tenian que atender. Pero no se preocupe, ya la van a llamar. Ya la van a llamar. Esperemos que no sea nada!
-Augh! No te puedo creer....... qué mal. Bueno, gracias señora. Que pase bien.

Y allá pasaron las horas, y recién a las 21:00 me atendieron, por ahí. Y grité, y pataleé. Hasta recuerdo haber apretádole el brazo a la doctora y que me mirase mal. Y me cortaron, mariconeé de lo lindo, pero lo peor es que no exageré.
De vuelta a casa con el pinchazo-calmante en el comienzo de mi nalga derecha y cuando cruzo la puerta de casa mi cuerpo se suelta. El efecto comienza. A dormir.

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