martes, 17 de agosto de 2010

Tengo muchas ganas de escribir algo en el blog, pero, no se me ocurre nada.

Me despertó el día con un sol radiante, se filtraban los rayos de luz por el mosquitero en el ventanal, y el cielo más celeste-azul que nunca con un día cargado de tareas.
Cayó la tarde y cuando volví a mirar por el ventanal estaba todo oscuro, y lo único que se veía era el reflejo de la lámpara.
Triste sensación se apoderó de mi, yo que me había pasado la tarde del aula al recreo e inversa, y pensar que en el fondo de casa tenía las plantas y el viento a mis pies, sin volver a llamar al sol, que metamorfoseaba en barrera y se ponía al frío.
Ya resignada dejé de llorarle al día, reclamándole naturaleza y después de haber hecho todo, sentía una sensación de que algo faltaba, y ese algo me llevó de paso en paso al escritorio, a caer de vuelta con el peso del día sobre la libreta, después de todo, sentía que algo iba a escupir la birome , de entre conceptos y matemática.
Allá me senté, con la lámpara desafiándome y 20 renglones que cada vez se hacían mas largos, las dos primeras palabras las taché, y luego los primeros cinco renglones se transformaron en un desparramo de tinta azul y manchas.
Luego detuve el tiempo a mi alrededor, y fijé la vista en el papel, totalmente inconsciente de que el minutero seguía avanzando, me perdí entre rayas azules y espacios blancos, suspendiendo el pensar para expresar, e interrumpió el silencioso momento esa gota que desprendió el techo que vino a caer sobre la goma de borrar.
Realidad me había llamado y respondí, dispuesta a explayarlo todo en el papel, empezé a hacer bailar a la birome, como quien pinta un cuadro llené los diez renglones, pero salteándome algunos pasos, y de pura indecisa cuando leí, desprendí la hoja y la tiré.
Así pasó con la segunda, la tercera, y a la cuarta no se lo permití, tantos intentos para tratar de explicarle al papel que no tenía nada para decirle hoy, y que quedaría vacío, en el mismo lugar para cuando venga inspiración y me cautive una vez más.
Pero unos días no se podía esperar, que se enfriaban las tapas de la libreta, y que lo dejaba así sin más, entonces le dediqué mi pensamiento a inspiración, que no la preciso, que no la quiero esperar, y al fin y al cabo, me decidí a escribir sobre el día que las palabras no se querían soltar.

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