viernes, 22 de octubre de 2010

La amnesia que traería de nuevo el brillo.

Si Violeta lloraba aquella tarde por habersele terminado su frasco de perfume pensando que era único, Sol tendría que haberse enfrentado al Río Nilo derramandole lágrimas y apostando a que lo desbordaría.
Cuantos frascos de perfume encontrará Violeta en la Farmacia de esos que le gustan, o cuantas oportunidades tendrá para comprarlo. Sin embargo Sol ya no ve a su novia por el liceo, por las clases de flamenco, por su trabajo. Tanto desgasto físico conllevan sus semanas que transpira stress y cuando llega a casa revisa la esquela que ella le preparó; recalienta su comida y se acuesta en la cama marinera para no despertarla.
A las 06:00 de la mañana está en pie para un día de estudio bien organizado y puntual, y ella sigue durmiendo, le da un beso en la frente y se va. Cuando su novia se levanta agarra los utensilios para prepararse tostadas, y sonríe si ve la marca del cuchillo sobre la manteca, señal de que Sol anduvo por allí.
Sol y su novia ahora tienen un noviazgo rutinario, que se desgasta como el desgasto físico de Sol al terminar la semana. Dos por tres se reúnen a hacer estadísticas emocionales como en las familias, y siempre terminan en discusiones por la poca frecuencia con que se ven.
Esta tarde de viernes me reuní con una amiga, tomando un refresco al sol comentaba qué no daría porque su novia pierda la memoria. Comenzar de nuevo, conocerla, verla brillar como la veía antes. Sentarse a charlar con todas sus cualidades, y desvestirla con su paciencia. Sonreía y me explicaba las pro y las contra de que eso pasara, pero las mejores muestras de felicidad se soltaban cuando pensaba en ella al principio.
Cuando di la vuelta me encontré con el mar de los amores fracasados, que se levantaba en lágrimas de los que no habían olvidado, y los momentos de sequía ocurrían cuando imaginaban lo mismo que esa amiga, que imaginaba una amnesia de nuevo brillo para su novia.
En cinco minutos, o diez -más tardar-, crucé por la puerta de la casa del vecino, a entregarle la factura que estaba huyendo con el viento, y cuando pasé por la caja televisora, se estaba presentando la muerte mutua de una pareja de ancianos, que con cuchillo en mano, como en el altar juraron se separaron. Y pensar que una vez también en el altar juraron no hacerse daño. Porque en ese momento el único daño que le podría haber hecho ese anciano cuando joven a su esposa, sería entregarle un ramo de rosas que a ella no le gustara. Pero decidieron ponerle cadenas al amor, bañarlo en una pieza de oro y plasmarlo en una constitución jurándole fidelidad como a una bandera. Lo hicieron regla, tendrían que cumplir ese tiempo y no hacerle caso al corazón.
Y así terminan los frutos de esos amores, desgastados, marchitos, se pierde la gracia, se escuchan esos: "no da para más".
Mejor vivir la vida momento a momento, nada es para siempre, y si alguien perdió su brillo mejor ponerle brillo al fin, que seguir insistiendo con el recuerdo de ese alguien que una vez fue.

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