jueves, 7 de octubre de 2010

Mi dielitamida, ácida y lisergida.

Y te hiciste un monumento de mujer todo este tiempo, mientras se consumía el cigarro acostado en el cenicero.
Te levantaste con un torbellino de fragancias de cambio y de viento, mientras yo fotografiaba el pasar del tiempo, respirando de las piernas de alguna mademoiselle de el mismo sótano al que contigo más de una vez fui.
Tu esencia de sol que tenés, si estás todo es mejor y sino todo se llena de nubes y me es imposible ver. Y al otro día de nuevo te abrís al cielo y brindás el calor de tu mejor sonrisa a brillar, bienveniendo el amanecer.
Si habré visto más de una vez la fina lluvia del rocío filtrarse entre tu piel dando entrada al alba con su mejor luz, haciendo ranuras en tus manos, imitando al cincel.
De lejos se inunda con tu paso a paso tu escencia, impregnas las paredes, hasta mi ropa lleva un poco de esa energía inigualable después de verte.
Hasta la mas puta experiencia se vuelve inocente dentro de mi y mis manos se vuelven seda para abrazar cálidamente tu cuerpo, envolviendo en melodías cada momento.
De mi mente emergen cámaras grabando cada uno de ellos en tarjetas de memoria y después la noche rompe y rompen los recuerdos por ahí.
Ni la piedra esmeralda más linda la supera, esa fineza que se vuelve tango en el vaivén de besarnos y dejar que el mundo entero se encienda.
Un vago recuerdo se levantó en acuarelas y pintó un cuadro de vos creciendo como rosa y yo escribiendo te amo en una pequeña maceta artesanal que te preparé. Y merodea contra los muros de mi mente, y alrededor del mundo rompiendo fronteras, esté donde esté, acompañada de quien quiera sigo mirándote en el cuadro; y con el caen los vidrios del cristal que hace que corran las agujas del reloj adelantando el tiempo.
Y en el cuadro de mi mente si seguís mirando el sol de seguro te convertís en rosal, porque por ahí me contaron y aunque tardé logré comprobarlo, que nunca se logra olvidar.

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