jueves, 2 de septiembre de 2010

Severina, Melissa, y una pelota inflable.

Bailaba el jueves pintado de gris para Severina, de entre ratos se venía el apagón y silencio recorría hasta los mas oscuros rincones de la casa, se suspendía el tiempo e ironicamente lo unico que se escuchaba era el tic-toc del reloj, que era a pilas, entonces funcionaba.
Allí se encontraban Rosita y ella como en todos los momentos de apagón, contemplando el silencio alrededor de la mesa sin hacer nada, esperando al valiente que se decidiese a salir y entregarse a la lluvia.
El tiempo pasaba y la luz no volvía, Rosita de a ratos miraba a Severina y mientras cebaba mate le decía: Si para vas hasta la almacén, asi comemo' unas galletitas para merendar.
Finalmente el aburrimiento y el encierro le pudieron a el agua, y entre campera y gorro emprendió Severina el camino a la almacén. Finalmente compró el dulce de Zapallo para Rosita y los guantes talle mediano, y cuando caminaba por la bajada una nena a la salida de un bar la miró y le dijo:

-¿Como te llamás?.
-Severina. ¿Y vos linda?.
(la nena se sonrió y siguió jugando con su pelota inflable, luego levantó la mirada y respondió).
-Melissa.
-¡Melissa! Que lindo nombre, ojala me hubieran llamado como a vos.
(Melissa no contestó nada, tomó un puñado de pedregullo y extendió la mano hacia Severina).

En ese momento el tiempo se suspendió y la pelota inflable de Melissa resbaló entre el pasto y la vereda, para ir a terminar abajo de la rueda de aquella camioneta verde Mehari.
Severina quedó atónita a lo que había pasado y fijó los ojos en Melissa, que desdibujo toda sonrisa y se le caia una lagrima del ojo derecho.
Pronto se le cayeron más, y más, y dijo titubeando:

-Ya no tengo la pelota para jugar.
-No.. Pero tenemos las piedritas! Ves? -y se las devolvió-.

Melissa no entendió, de seguro quedó pensando en que las piedritas eran solo piedras insignificantes, y que en nada se asemejaban a una pelota inflable.
O que quizás Severina lo dijo solamente por el hecho de decir algo. Siempre hay personas que hacen eso.
Y Severina caminó su cuadra hasta su casa, así, sin más, sin despedirse ni nada.
Más tarde Melissa iba a entender, que en realidad las cosas mas pequeñas son las que hacen grandes cambios, diferencias, y que no todo lo material debe tener valor.
Ni el dinero ni ningún regalo pueden hacer la amistad, o el amor. Y si se pudiese no sería amor, sino algo que se le parece.

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